Una vez en el velódromo, los detenidos eran subidos a las graderías. Ahí debían esperar para ser llamados a sus respectivos interrogatorios. Los llamados venían de los altoparlantes y se asignaba un nombre de chapa al equipo de interrogadores que les correspondería.

Cuando escuchaban sus nombres, los detenidos debían bajar hacia el túnel de acceso, aún encapuchado. Pasaba por ese túnel a punta de culatazos, golpes e insultos. Ahí, en la antesala de sus propias torturas, militares, detectives y civiles los golpeaban, los lanzaban de cabeza contra las paredes, y de vez en cuando, les preguntaban algo.

Hay testimonios de ex prisioneras y prisioneros que relatan haber sufrido simulacros de fusilamiento en estos túneles. Muchas de las ejecuciones efectivas que se realizaron ocurrieron en los alrededores del velódromo.

Luego, eran trasladados a uno de los dos caracoles -construcciones en piedra que, antes de ser convertidos en salas de tortura, eran los baños-. Ahí, aún con la frazada cubriendo la cabeza, vendados los ojos o encapuchados con sacos de género o papel, decenas de prisioneros serían torturados simultáneamente por distintos equipos de interrogadores.

A menudo, después de arrancadas sus ropas, sufrirían la aplicación de electricidad en partes sensibles del cuerpo, golpes, colgamientos, agresiones sexuales, quemaduras y el procedimiento conocido como el “submarino” (ahogar a la persona sumergiendo su cabeza en agua u otros líquidos), entre otros tormentos. La tortura tenía como objetivo no sólo extraer información, sino también castigar, ablandar, humillar, someter y desmoralizar a la víctima.

Estos apremios, al igual que las preguntas, no eran sofisticadas. Consistían en patadas, culatazos y golpes en todo el cuerpo, preferentemente en el estómago, testículos y cabeza; corriente eléctrica en distintas partes: genitales, sienes, lengua, senos, párpados, axilas, recto, oídos; simulacros de fusilamientos; introducción de agua u objetos en la boca, ano, o vagina; quemaduras; colgamientos; golpes contra la pared; latigazos; arrancamiento de uñas; violaciones individuales y grupales; inyección de drogas; sumergimiento de la cabeza en agua sucia; privación de sueño y alimento; y presiones sicológicas, entre otras. A menudo se utilizaban palos de goma para golpear y así no dejar huellas visibles.

Las secuelas físicas, sicológicas y emocionales de las torturas pueden manifestarse durante toda la vida. Hoy, cuando las víctimas de tortura de este periodo han pasado los 60 años, muchos han comenzado a sufrir las consecuencias de largo plazo de toda la violencia descargada sobre sus cuerpos.

Algunos detenidos fueron interrogados y torturados una sola vez. Otros fueron  interrogados y torturados múltiples veces por distintos equipos y en diferentes sectores del estadio.

Los que caída la tarde aún esperaban su turno en las graderías del velódromo, tendrían que regresar al día siguiente, ya que los torturadores respetaban su horario de trabajo.

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