El coliseo está rodeado de pasillos que llevan a los distintos sectores de camarines, donde fueron recluidos la mayoría de los detenidos. Son 28 camarines y se estima que en cada uno se mantenía al menos, 100 hombres, absolutamente hacinados. Al principio, se intentó cierta clasificación de los detenidos, según su supuesta peligrosidad o condición social.

Existía un camarín llamado “VIP”, donde se encontraban recluidos dirigentes de los partidos de la Unidad Popular, académicos, líderes estudiantiles, políticos y periodistas, entre otros. Uno de los camarines fue reservado para las mujeres hasta el 26 de septiembre, cuando las trasladaron a todas a la piscina. También hubo un camarín destinado a los detenidos extranjeros, pero eventualmente quedaron repartidos en muchos lugares distintos.

Existía una permanente rotación de lugar de reclusión. A menudo después de un interrogatorio, el detenido era llevado de vuelta a otro camarín o escotilla. Esto causaba alarma entre sus ex compañeros de camarín, al no saber lo que le había pasado.

Los detenidos pasaban día y noche hacinados en los camarines, apretados sobre baldosas heladas, incluso en los inmundos baños, inundados de desechos humanos. Las frazadas, una por cabeza, apenas amortiguaban el frío y la humedad. Algunos detenidos relatan que juntaban sus frazadas, colocando unas en el piso y dejando otras como cubierta. Dormían apretados, lo cual al menos generaba calor humano.

De acuerdo con testimonios de los propios militares, había agentes infiltrados en todos los camarines. Cada 15 días sacaban a sus agentes para reemplazarlos por otros, fingiendo que los llevaban a interrogatorio. A pesar de que en su momento esto no se pudo comprobar, todos los prisioneros sospechaban de una situación de esta naturaleza, por lo que cuidaban lo que conversaban y tendían a socializar sólo con sus conocidos.

Dentro de las emotivas vivencias dentro del estadio que han sido conocidas, fue la misa celebrada en el camarín número 3. Allí, uno de los prisioneros, el sacerdote Enrique Moreno Laval, ofició una liturgia a sus compañeros de reclusión.  Los prisioneros recuerdan haber compartido la liturgia con conscriptos, quienes habían sido admitidos previa consulta del sacerdote a sus compañeros detenidos. Fue así que quizá uno de los recuerdos más patentes de ese momento, fue cuando el religioso dividió un pan en pequeños trozos para entregar en la comunión, tanto a prisioneros como conscriptos.

Las puertas de los camarines se cerraban con una gruesa cadena y candado desde afuera, y también se colocaba una ametralladora a la entrada, al igual que en las escotillas, cerradas entre sí con candados.

Por las noches, pasaban militares a los camarines y escotillas para avisar quiénes serían interrogados al día siguiente, pero también se hizo rutina que tanto civiles reservistas o militares fueran a buscar a detenidos para ser interrogados. Volvían horas después en muy malas condiciones. A veces no regresaban, ya sea porque los habían trasladado a otro lugar o los habían ejecutado.

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